Arqueología en la Huerta

El tesoro de Sant Joan d’Alacant. Fue escondido en la casa de Antonio Quereda Chápuli en 1823. Archivo del MARQ

La Parroquia de San Juan Bautista, el casco antiguo, las imponentes Torres de la Huerta o las magníficas fincas señoriales y de labranza, son solo un ejemplo del rico patrimonio de Sant Joan, pero la propia huerta, con su sistema de acequias, aperos de labranza, las técnicas de trabajo empleadas en el campo y las tradiciones de sus gentes, también forman parte de este patrimonio material e inmaterial y de la historia de la localidad.

Una historia que nos relata la presencia de piratas y contrabandistas en nuestro municipio, pero también, la historia de comerciantes y labriegos; gentes sencillas y trabajadoras, que tuvieron que hacer frente y sobreponerse a guerras y enfermedades. Asimismo vivieron momentos de júbilo y alegría, legándonos un poso cultural del que somos herederos. Es por todo ello, que debemos devolverles la voz, el recuerdo, aprender de su historia y tomar todas las medidas necesarias para que no se pierda este legado histórico y arqueológico.

El Neolítico

La población de Sant Joan d’Alacant se encuentra inmersa en la denominada Huerta de Alicante, un llano aluvial producido principalmente por las deposiciones del río Seco y materiales detríticos generados por los arrastres de barrancos y ramblas, que conforman un terreno muy fértil y apto para el cultivo agrícola. La calidad de estos suelos, junto con la existencia de fuentes, manantiales y zonas lacustres, conformó un lugar idóneo para su habitabilidad.

Las primeras comunidades neolíticas que llegaron a las costas alicantinas, lo hicieron en pequeñas embarcaciones o canoas de madera, mediante la navegación de cabotaje. En ellas, no sólo transportaban a la totalidad de los miembros del clan, sino que transportaban todos aquellos útiles, herramientas y animales necesarios para asentarse en un nuevo lugar. Los estudios dirigidos por el equipo de investigación COPHIAM en el Cerro de las Balsas, nos han permitido conocer que estos nuevos pobladores se establecieron en la Huerta de Alicante de forma dispersa en torno al 3990 – 3960 a.C., en pequeñas cabañas de planta circular que estaban elaboradas con cañizo e impermeabilizadas con posta de vacuno. Estas cabañas contaban con un hogar en su parte central que serviría tanto para cocinar como para calentar el ambiente.

La importancia de pertenencia al grupo, la domesticación animal, el cultivo por irrigación o el contacto con otras poblaciones cercanas, son parte de los rasgos que se pueden apreciar en estas primeras poblaciones. Lejos de imaginar la Huerta de Alicante como un lugar idílico, debemos pensar que estas poblaciones recurrieron a la pesca, la recolección, la caza, el marisqueo y todas aquellas actividades que les permitieran poder subsistir en una auténtica lucha por la supervivencia.

La Edad del Bronce

Durante la Edad del Bronce, el modelo de asentamiento cambia. Las poblaciones, que hasta ese momento habitaban de forma dispersa la Huerta alicantina, tendieron a agruparse y a ocupar las zonas más elevadas, lo que les proporcionó un mayor control visual sobre su entorno y protección.

El yacimiento más importante de este periodo, lo encontramos en la Serra Grossa o Sierra de San Julián. Datado en torno al 1800 a.C. fue excavado por el Padre Belda en 1931 y reestudiado posteriormente por Enrique Llobregat Conesa. En él, se pudieron documentar una serie de estructuras cuadrangulares que se identificaron como posibles torres de defensa y una serie de viviendas aterrazadas, también de planta rectangular, con zócalos de piedra y alzados de adobe. Estas viviendas contaban a su vez con postes de madera, hincados en el suelo, que servirían para sujetar las vigas de madera y el ramaje del que estarían conformadas las techumbres.

Estas viviendas, que se adaptaban a los diferentes desniveles de la sierra, conformaban una especie de cinturón defensivo que, junto con una muralla y las torres anteriormente mencionadas, proporcionarían al asentamiento una mayor protección. Aunque no somos conocedores de las causas concretas por las cuales esta población decidió asentarse en altura y tomar tantas medidas de protección, éstas podemos intuirlas.

La Edad del Bronce fue un periodo histórico amplio, convulso y plagado de conflictos. Las herramientas destinadas a la caza, como fueron los arcos y las azagayas, dieron paso a la aparición de las espadas y las alabardas, herramientas cuya función principal era la guerra y, que se encontraban en manos de una élite guerrera que dominaba tanto al resto de la población como los recursos de la zona.

Aunque estos asentamientos se encontraban en altura, era necesario establecer una serie de cabañas que estuvieran más próximos a los campos de cultivo y de los recursos naturales, como el agua. Tanto en el camino del Chinchorro como en el barranco del Juncaret, se han localizado fondos de cabaña que estuvieron habitualmente ocupados y que sirvieron para guardar los aperos de labranza y la producción cerámica.

De nuevo, el campo hortelano jugó un papel fundamental a la hora de proporcionar todos los recursos necesarios a su población, pero la escasez de minerales, en especial cobre y estaño, la mantuvo alejada de los circuitos comerciales más importantes de la época.

El Periodo Orientalizante y la Cultura Ibérica

Existe un hiato arqueológico entre la Edad del Bronce y la cultura ibérica que se desarrolló en estas tierras entre los siglos VI y el III a.C. Sin embargo, gracias al autor latino Rufo Festo Avieno, sabemos que desde el río Alebus o Vinalopó hasta Dianium o Denia, Alicante se encontraba poblada por los Gimnetes (literalmente significa desnudos). Estas poblaciones recibieron dicho nombre porque la panoplia militar que portaban era característica de guerreros ligeros o escaramuzadores: hondas, venablos, cuchillos afalcatados y caetras o rodelas.

Con la llegada de los fenicios, se estableció una intensa relación comercial con las poblaciones indígenas, ya que los primeros buscaban abastecer los mercados del Oriente Próximo de oro, plata y estaño, mientras que los indígenas se vieron atraídos por los productos manufacturados producidos en oriente tales como: telas, ungüentos, alabastrones, huevos de avestruz decorados, cerámicas de gran calidad y objetos de orfebrería.

Los fenicios no sólo ejercieron una gran influencia sobre el territorio gimnete, sino que éste, al actuar como frontera entre las áreas de influencia griegas y fenicias, también recibieron notables influencias griegas. De esta forma, los habitantes de la Huerta de Alicante se vieron beneficiados del comercio con ambos, y a su vez, actuaron de intermediarios con las poblaciones del interior.

Este intenso intercambio comercial conllevó aparejado la adopción de nuevas tecnologías y nuevos rasgos culturales. El alfabeto, el sistema monetario, el uso del torno o la adopción de nuevos ritos religiosos, son parte de estos avances que terminaron por conformar lo que hoy conocemos como cultura ibérica.

El yacimiento más significativo con el que contamos en la Huerta de Alicante, de nuevo se halló en el Cerro de las Balsas. De las excavaciones realizadas en la Albufereta, dirigidos por el equipo de investigación COPHIAM, se pudo constatar la presencia de un oppidum (poblado ibérico amurallado) con viviendas de planta rectangular adosadas a la muralla por su parte trasera, y una calle central que daba acceso a las mismas. En la zona extramuros se pudo comprobar la presencia de un área industrial, las vías de acceso al poblado y una necrópolis.

Otro yacimiento de gran importancia, también perteneciente a este periodo, es la necrópolis de la Albufereta. Fue excavada por Francisco Figueras Pacheco entre 1934 y 1936 y, aunque estas campañas se vieron paralizadas por el inicio de la Guerra Civil Española, aportaron numerosísimos materiales e información. En el resto de la huerta alicantina también se han hallado, aunque de forma dispersa, numerosas estructuras y restos arqueológicos. Todo ello ha permitido, que hoy en día, los investigadores puedan conocer y reconstruir el modo de vida, la economía, los ritos y creencias o las relaciones que mantuvieron con otros pueblos.

Roma y Cartago en la huerta de Alicante

A finales del s. III a.C. la situación política entre las dos principales potencias del Mediterráneo Occidental afectó directamente a la costa alicantina. La familia cartaginesa de los Barca inició una serie de campañas en Iberia con el objetivo de resarcirse de la pérdida de poder y prestigio que sufrió Cartago después de la I Guerra Púnica, pero a medida que el ejército cartaginés fue anexionando más pueblos y territorios, la tensión entre Roma y Cartago fue creciendo de forma exponencial.

En este contexto prebélico será cuando se construya el fortín púnico del Tossal de Manises. Este yacimiento recibe su nombre debido a la gran cantidad de material cerámico o manises que afloraban en él y, aunque era ampliamente conocido que en aquel promontorio aparecían objetos y piedras labradas, se atribuía de forma popular a “tiempos de los moros” o a la ciudad de Akra Leuka, donde Aníbal refugió al ejército cartaginés durante el invierno del 228 a.C.

La fundación de este fortín coincidió con el colapso del oppidum ibérico del Tossal de les Bases y el abandono de las canteras de hierro que afloraban entre Busot y Aigües.

Las intervenciones realizadas, tanto por Figueras Pacheco y La Fuente Vidal como las realizadas por el grupo de investigadores del MARQ, revelaron la presencia de numerosas estructuras de carácter defensivo, almacenes y aljibes característicos del mundo púnico, que fueron destruidos a finales del S. III a.C., coincidiendo con la llegada de Publio Cornelio Escipión Africano a Hispania y la conquista de Cartago Nova en el año 209 a.C.

Desde esta fecha, estas tierras quedaron incorporadas al estado romano, pero no se registraron cambios significativos hasta el año 83 a.C. con el inicio de las llamadas Guerras Sertorianas. Alicante, al actuar como lugar de frontera entre las legiones de Sertorio y las de Pompeyo adquirió gran importancia estratégica y éste último decidió rehabilitar el antiguo fortín de Tossal de Manises para terminar con la piratería y actuar como base de operaciones.

Con la llegada de Augusto al poder, Lucentum adquirió el estatuto de municipium romano y, aunque contaba con el foro más pequeño de todo el Imperio, dispuso de todos aquellos elementos característicos que debía contener una ciudad romana y controló un ager (territorio) que llegaba hasta la actual Foia de Castalla.

La romanización del territorio fue un proceso lento, pero finalmente se adoptaron las instituciones de gobierno, administrativas y religiosas romanas. También la Pax Augusta supuso un periodo de bonanza económica, que tuvo su reflejo arqueológico en las imponentes villas que fueron construidas por toda la Huerta de Alicante y cuya pars rustica se destinó a la explotación agrícola mientras que su pars urbana dispensaba todas aquellas comodidades que necesitaba el dominus (señor o propietario).

Las villas del Parque de las Naciones, la de la calle de la Almadraba, la del Camino de la Colonia Romana o la de la Avenida Conrado Albadalejo, son sólo un ejemplo de estas lujosas viviendas, que contaban con patios porticados, mosaicos, jardines e incluso algunas tenían calefacción, agua corriente, termas y natatio (piscina).

Lógicamente, no toda la huerta alicantina estuvo ocupada por estas villas, sino que también estaría salpicada de domus (casa o vivienda) de pequeños y medianos propietarios, fabricadas con materiales más modestos y, por tanto, más difíciles de localizar.

La producción del preciado garum (salsa realizada con tripas de pescado y plantas aromáticas), salazones, vino, aceite y esparto fueron los productos más demandados por parte de los mercados internacionales y que otorgaron cuantiosos beneficios para los oligarcas locales.

La crisis de Lucentum se inició a finales del s. I d.C. con el fin de la burbuja inmobiliaria impulsada por los Julio-Claudios y concluida por la dinastía Flavia. Por otro lado, la cercanía de la Colonia Iulia Ilici Augusta (Elche) o la afloración de otras poblaciones, como fue el caso de Allon (Villajoyosa), dejaron en una posición comprometida a Lucentum que se vio incapaz de competir con ellas. Durante el S. III d.C. la ciudad es completamente abandonada, numerosas villas también lo son y la ciudad se convierte en cantera para las construcciones de los alrededores.

En Sant Joan d’Alacant, aunque no se han encontrado todavía restos arqueológicos de estas villas o domus periurbanas, sabemos que la Vía Dianium -una ampliación de la Vía Augusta que unía a las poblaciones de la costa desde Saetabis o Játiva hasta Elche- tuvo que atravesar el actual término municipal, también se localizó en la actual iglesia de San Juan Bautista la lápida de Macronus, un niño romano que falleció a los 13 años de edad y la localización de una estatuilla con togado romano.

Por si esto fuese poco, el hallazgo de numerosos yacimientos romanos en el término municipal de Mutxamel como son: minas de ocre, balsas de riego, una conducción de agua y numeroso material cerámico, indican que el total de la huerta estuvo poblada y explotada.

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Parque Arqueológico Tossal de Manises (Albufereta, Alicante). Archivo del MARQ

La ocupación bizantina y visigoda

El año 476 d.C. supuso, simplemente, la culminación de un proceso largo y decadente. Las antiguas autoridades civiles, militares y eclesiásticas tardorromanas, junto a la nobleza “bárbara”, dieron lugar a la aparición de una nueva élite que gobernó los reinos surgidos en Europa después del desmembramiento del Imperio Romano de Occidente.

El recién creado Reino Visigodo tuvo que hacer frente a las migraciones de otros pueblos, la pérdida de territorios a favor de los Francos y sobre todo a enfrentamientos intestinos entre su nobleza por hacerse con el poder. En este contexto, Justiniano intentó reconquistar la Península Ibérica, pero fueron derrotados y relegados a las ciudades costeras del Sureste peninsular. La provincia de Spaniae se estableció en el año 552 d.C. e incluyó las tierras alicantinas, que actuaron como frontera entre el reino Visigodo y el Imperio Bizantino, pero en el año 624, incapaces de mantener el territorio, abandonaron Hispania.

Aunque no existió un poblamiento urbano, las últimas investigaciones apuntan a que el poblamiento rural de la Huerta de Alicante se concentró en pequeños y medianos núcleos dispersos: aldeas, vicus o centros religiosos que se encontraron controlados por un castellum (campamento militar o castillo) ubicado en el monte Benacantil.

La imponente necrópolis del Tossal de les Basses, con más de ochocientos enterramientos tardo antiguos, refuerzan la presencia de una importante comunidad rural cristiana que eligió dicho lugar para enterrarse debido a la presencia de una basílica o centro religioso de importancia.

El periodo medieval andalusí

La rápida conquista musulmana de Hispania, que se inició en el año 711 a manos de Tariq ibn Ziyad, se debió gracias al descabezamiento del poder real; tras la muerte de don Rodrigo en la batalla de Guadalete, la división de la nobleza goda y a la política pactista practicada por los generales musulmanes.

El Pacto de Tudmir o Teodomiro es un documento de excepcional importancia ya que, describe el tratado de vasallaje firmado por Teodomiro, señor entre otras ciudades de Laqant, Uryula y Ello con Abd al-Aziz segundo valí (gobernador) de Al-Ándalus. En él, se aseguraba que las ciudades, bienes y creencias religiosas serían respetadas a cambio de un tributo anual y prestar ayuda militar en caso de necesidad.

Por tanto, tras la firma del tratado, tenemos que pensar que la población de la Huerta de Alicante fue respetada, pero el nuevo panorama político, atrajo a poblaciones procedentes del norte de África y Oriente Medio, que iniciarían un proceso lento pero continuado de aculturación. Este proceso se vio favorecido por parte de las élites locales, que emparentaron con las élites foráneas, adoptando la fe islámica en detrimento de la cristiana. También, el factor económico fue muy importante ya que, los cristianos debían pagar un impuesto especial por seguir profesando su religión, mientras que los musulmanes no, lo que propició la conversión.

El modelo de pequeñas aldeas o alquerías dispersas, que ocuparían toda la Huerta de Alicante y, que estarían controladas y protegidas por el hins de Laqant situado en el Benacantil cobra una mayor fuerza gracias a los restos arqueológicos, las fuentes escritas y a la toponimia. Lloixa, Benimagrell, Tangel y Mutxamel son nombres que han perdurado hasta nuestros días y, aunque Sant Joan no conservó su nombre árabe, sabemos que fue el de Benalí (Hijo de Alí). En estas alquerías se producía: trigo, cebada, productos derivados de la vid; como el vinagre, la pasa o el zumo de la vid y, también la almendra, la algarroba, los higos, el aceite de oliva y la miel.

La arqueología, de nuevo, nos muestra una gran concentración de tumbas de época islámica, datadas entre los S. VIII y X, en el Tossal de Manises. En Sant Joan, también se localizó un enterramiento de esta época entre la C/ Dr. Marañón con la C/ del Carmen y numeroso material en el entorno de Benimagrell. Todo esto hace pensar, que las comunidades rurales fueron muy importantes, sobre todo en la producción agrícola, necesaria para abastecer la incipiente medina de Laqant.

Aunque la ocupación cristiana supuso un cambio político, económico y cultural trascendental, la importancia de los núcleos rurales de la Huerta de Alicante, como el de Sant Joan cobraron, si cabe, una mayor importancia, ya que, su producción fue exportada y reconocida en toda Europa en siglos posteriores, como el reputado vino Fondillón.

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