Cementerio de Sant Joan
El ritual funerario actual es muy simplificado, pero hasta no hace mucho tiempo era muy tradicional con raíces muy antiguas. Según la posición económica del difunto la celebración sería distinta, reflejándose especialmente en el cortejo fúnebre presidido por una artística carroza decorada con terciopelos con flecos y bordones dorados y tirada por caballos empenachados y engualdrapados en la que se depositaba el féretro. Existía un dicho popular que decía: ‘quant més rics, més animals’, que resumía con un tono satírico la diferenciación social de los fallecidos según el número de caballos que tiraban de la carroza fúnebre. Aquel desfile lo abría la cruz y detrás de él participaban el clero y el pueblo, efectuándose tres paradas en el recorrido. También podían incluso participar lacayos con espadas y libreas sobre sus hombros escoltando la carroza.
Sin embargo, en la mayoría de los casos los entierros eran de gente humilde y por tanto muy sencilla. Cuando moría alguien se preparaba en una estancia de la casa el velatorio con el ‘cuerpo presente’ mientras las campanas comenzaban a anunciar al pueblo el deceso. El fallecido era velado noche y día en la casa a la que asistían familiares, amigos y curiosos, hasta el momento de su traslado a la iglesia para el funeral, cuando acudían los sacerdotes que iniciaban el responso. Desde allí marchaban los hombres hacia la iglesia portando el féretro, mientras que las mujeres permanecían en la casa iniciándose los rezos que podían durar varios días. Tras la ceremonia fúnebre, se volvía a organizar el cortejo desde la iglesia hasta la finca La Concepción, donde se deshacía la comitiva y los asistentes despedían a los familiares del difunto con el pésame. Desde allí, quienes lo deseaban continuaban hasta el cementerio donde el difunto era inhumado.
Coronas mortuorias en el interior panteón del siglo XIX. Cementerio Sant Joan d’Alacant
Corona mortuoria en el interior de panteón del siglo XIX. Cementerio Sant Joan d’Alacant
Caso curioso representa la liturgia de los ‘mortitxolets’, ‘albaets’ o niños fallecidos. Era una celebración triste que sin embargo, revestía de un ritual festivo al tratar de simbolizarse la muerte de los pequeños en pureza e inocencia y su paso directo al cielo, supuesto motivo de alegría. En el siglo XIX especialmente, y parte del XX se generalizó este tipo de celebraciones que incluían danzas y banquetes en torno a la vela y entierro de los niños, y el funeral en la iglesia seguía una liturgia de gozo en acción de gracias. Cuando el cortejo fúnebre llegaba a la salida del pueblo camino del cementerio, la fórmula típica en Sant Joan d’Alacant para dar el pésame era: ‘Sea enhorabuena’, a modo de felicitación por el ascenso del alma del niño o niña al cielo, aunque pueda sonar a guasa y sarcasmo.
¿Sabías qué…?
En Sant Joan d’Alacant coincidiendo con la fiesta de Todos Santos y fieles difuntos se celebró hasta los años sesenta el ‘Quixalet’. Consistía en un almuerzo para los monaguillos y campaneros para reponer fuerzas del largo trabajo que suponía permanecer durante horas en el campanario y tocar los numerosos toques de difuntos y almas que se sucedían esos días. Como muestra, el día 1 de noviembre los toques transcurrían desde las cinco de la tarde hasta últimas horas del día, y el día 2, dedicado a las Almas, desde las cuatro de la mañana, cuando comenzaban las misas. Los alimentos o el dinero con el que se adquiría la comida de este ágape procedían de la donación de los vecinos. A tal efecto, unos días antes del ’Quixalet’, los monaguillos recorrían las calles y fincas del pueblo revestidos con sotana y roquete portando capazos y una campana que hacían sonar al llegar para avisar a los habitantes de la casa de que iban a recolectar para el ‘Quixalet’. El resultado final era una espléndida y suculenta cena en ‘el cuarto vell’ de la iglesia el día 1, al que seguía un almuerzo similar el día siguiente, refrigerios en los que nunca faltaban chuletas, longanizas, morcillas y tomate frito regado con un buen vino, a los que sucedían los postres con frutas y membrillos. En teoría las donaciones de los vecinos eran una especie de pago a los campaneros y ayudantes por su servicio al hacer sonar las campanas y así recordar a los difuntos y recordar a todos la obligación de rezar e ir a misa estos días.
Puerta de panteón nº 27. Cementerio de Sant Joan d’Alacant
Puerta de panteón nº 29. Cementerio de Sant Joan d’Alacant
En la iglesia se celebraba la liturgia propia de los difuntos con la Novena de Almas. En el altar mayor de la parroquia se colocaba un túmulo funerario de cuatro pisos con telas negras en las que aparecían bordados alusivos a la muerte con calaveras y esqueletos con guadañas, relojes de arena o frases mortuorias. Aquel macabro armatoste que superaba los 7 metros de altura estaba además iluminado con antorchas, puesto que el templo permanecía en penumbra, mientras se entonaban cantos fúnebres y las campanas tañían los toques de difuntos. Remataba el túmulo una gran cruz blanca. Era un recurso perfecto para atemorizar a cualquiera, a lo que hay que unir las fechorías de los bromistas, niños especialmente, que se escondían bajo las telas y hacían sonidos de ultratumba o movían los esqueletos. En la actualidad, estos rituales han desaparecido de la celebración.